De hecho, debería llamarse partitocracia, dado que son los partidos políticos y no los ciudadanos, quienes deciden el discurso social, donde encajan y justifican luego sus decisiones.
De modo que si una asociación cultural, de vecinos o de otro tipo, quisiera influir directamente en la vida política, no sería tenida en cuenta en absoluto, aunque tuviera unos cuantos millones de afiliados.
De tal manera se articula y se defiende la oligarquía política, que apenas deja espacio para la representación ciudadana en su día a día y cuesta trabajo encontrar en la Comunidad de Madrid, en el Ayuntamiento o en cualquier ministerio un foro apropiado, un mecanismo que permita al ciudadano ser tenido en cuenta.
Por ejemplo, uno siempre puede pedir un turno de palabra en un pleno del ayuntamiento, aquí en nuestro distrito, para hacer una pregunta o una petición, pero debe realizarse con al menos una semana de antelación y esto se concede de forma “Graciosa”. Es decir, que si alguien dedicara una gran parte de su tiempo a investigar y perseguir las actividades que se desarrollan, en general, bastante onerosas, podría obtener un silencio perplejo o ser tratado directamente como si fuera idiota.
Y este estado de cosas se repite en todo el ámbito público / privado y esto sin considerar en este escrito el bipartidismo.
Así, nuestro Estado tiene a bien manejarse con más de mil religiones, incluidas las sectas cristianas, con todo lo que ello supone, pero es incapaz de aceptar la existencia de un ateo. Es decir, que sólo cuando uno pueda ser representado por otro, puede pensar en tener cierta cobertura.
El laicismo es mucho más peligroso. Si uno encima, decide tener un vínculo personal e íntimo con la divinidad y con su propia conciencia, podrá terminar hasta siendo perseguido.
¿Puede pensarse que el mundo sindical se escape a este orden de cosas?
- Desde luego, parece natural que la gente que trabaja a nivel sindical se termine especializando y llegue a saber mucho más al respecto que cualquier profano.
- También se comprende otra separación por la propia dinámica de los grupos de personas, que se vinculan, se diferencian y defienden y protegen de lo que no es el grupo.
- Y además, tampoco debe olvidarse que son miembros elegidos para representar, frente a los que no lo son.
Contra este tipo de argumentos también deben tenerse en cuenta otros, como
- El respeto, el agradecimiento y el cariño a la gente que históricamente ha mantenido un compromiso personal con la comunidad o
- El reconocimiento de los logros sociales que gracias a ellos se han alcanzado.
Pero al final son razones, discusiones, diferencias de sensibilidad y luego todo se va decantando y entiendo que aunque cualquier colectivo se encuentre o crea encontrarse más cualificado, yo opto por ejercer el derecho de pensar con libertad y de ser el único dueño de mi conciencia.
Por supuesto, cuando alguien diga que me representa, intentaré estar pendiente de que al menos sepa, cómo veo yo las cosas.
Juan Carlos García Dueñas
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